El Festival Internacional de Jazz le pone ritmo a la semana. Su director Adrián Iaies explicó cómo se lleva la Ciudad con el mundo del swing, por qué los jóvenes músicos se acercan cada vez más al jazz y las claves para reconocer a un buen improvisador.
“El jazz es una música que está muy relacionada con Buenos Aires desde siempre. Casi todas las figuras internacionales estuvieron acá. Estuvieron Ellington, estuvo Basie, Ella Fitzgerald, Bill Evans, Keith Jarret, últimamente Brad Mehldau… Buenos Aires es una Ciudad muy amigable para el jazz”.
Con estas palabras Adrián Iaies, director del Festival Internacional de Jazz porteño, definió la fuerte conexión que existe entre el mundo del swing y la Ciudad en la que, asegura, hoy “se puede escuchar jazz los siete días de la semana”.
Iaies es pianista, compositor y hace ocho años dirige el festival que entre el 20 y 25 tendrá su edición 2013.
Tiene 53 años y vive en Saavedra en donde también funciona su sala de ensayo. De formación clásica, explica que el jazz lo atrapó luego de escuchar la grabación del trío de Bill Evans en el Town Hall, a mediados de los ´70.
Por aquellos años el público de jazz era en su mayoría “gente grande”, muy distinto a lo que pasa hoy: muchos jóvenes organizan jam sessions en casas particulares o garages y se convocan a través de las redes sociales o por Internet.
Así, afirma el pianista, de la mano de las nuevas generaciones en Buenos Aires el jazz está recuperando su rol artístico y revolucionario. Seguir leyendo
¿En qué situación está el jazz en Buenos Aires?
En los últimos quince años y más intensamente en los seis o siete se formó una generación de chicos muy jóvenes que tocan jazz. Esto es nuevo, antes no pasaba: jóvenes de 19 ó 20 años muy interesados en el género que ingresan a la música a través del rock y después estudian jazz. Es un fenómeno no menor por varias razones: al haber una generación más joven tocando jazz, hay una que también lo escucha. Cuando yo empecé a tocar jazz el público era mucho más grande. En cambio, hoy hay muchos chicos que además se asumen a sí mismos como músicos de jazz. Eso les da una mayor posibilidad de tener proyectos originales. A algunos les va mejor que a otros. Lo importante es que su atención está puesta en generar un proyecto que hable de ellos mismos, a diferencia de lo que sucedía antes cuando los músicos intentaban imitar a los americanos.
¿Dónde está hoy la movida jazzística en la Ciudad?
Buenos Aires tiene una actividad bastante intensa. No hay tantas ciudades en el mundo que tengan una movida así. Por ejemplo, hoy en Buenos Aires se puede estudiar jazz. La Ciudad tiene una tecnicatura dirigida por Ernesto Jodos en el conservatorio Manuel de Falla, que se ha convertido en un verdadero semillero de músicos. Además están los clubes como Thelonius, Virasoro, Boris o Notorius, en los que podés escuchar jazz los siete días de la semana. Luego, lo que hay es una movida subterránea, de chicos sub 25 que se juntan a tocar en casas particulares, en garajes. Así el jazz empieza a recuperar en Buenos Aires algo que hace a su esencia, su carácter contracultural.
¿Recordás cuál fue la primera canción en la que improvisaste?
¡Uy, no! Empecé improvisando de muy chico. Además tuve la suerte de, en mi formación clásica, estudiar con una gran profesora que, cuando trabajábamos sobre el repertorio me hacía improvisar. Entonces recuerdo improvisar sobre “Microcosmos” de Bártok o sobre pequeñas invenciones de Bach. Cuando empecé a tocar jazz debe haber sido sobre alguna canción que tocaba Bill Evans. Fue el primer músico de jazz que escuché, con el disco del trío en el Town Hall, del sello Verbe, a mediados de los ´70.
¿Podés recomendar un disco para empezar a escuchar jazz?
Es muy difícil. Es algo muy personal. Tal vez Kind of blue de Miles Davis o A love supreme de John Coltrane.
¿En qué tiene que prestar atención quien va a su primer concierto de jazz?
En principio es una actitud espiritual. No tiene que tener prejuicios. Tiene que predisponerse como quien va a probar por primera vez una comida, como quien va a una primera cita; como quien va a un lugar de viaje. Te sentás y escuchás. Entonces lo que suena en el escenario te genera una vibración o no. Si no te lo produce, no hay ninguna explicación que pueda suplir esa ausencia. Nadie te tiene que explicar nada. Si comiste milanesas toda tu vida milanesa con papas fritas y te dan a probar sushi, tenele paciencia, no es el mismo gusto. Si toda tu vida te gustó veranear en el mar y un día se te da por ir a la montaña, no esperes ver arena y sombrillas.
¿Cómo se reconoce a un buen improvisador?
Lo que es un buen improvisador para uno no lo es para otro. He conocido gente por la cual tengo mucho respeto intelectual que no les gusta Stan Getz. Un buen improvisador es alguien que tiene humor musical a la hora de tocar. Alguien que puede jugar con un pequeño motivo y desarrollarlo y volver a citarlo y mostrarte cuántas formas distintas hay de decir eso. Es como cuando ibas a un cumpleaños de chico y alguien hacía cosas con globos y te mostraba un camello, una jirafa. Un improvisador es alguien que desarrolla un tema en tiempo real, no como un compositor. Es alguien que a medida que la música sucede va improvisando arriba. Por eso tiene que tener reflejos y una velocidad mental para ir haciendo camino al andar.
¿Cuáles son las novedades del festival?
Este año se incluye el teatro Presidente Alvear y se le da un uso intensivo al mejor lugar para la música que es la Usina del Arte, de la que vamos a usar sus tres salas. Incorporamos a nuestra serie pedagógica “El aula” unos talleres de ensamble dirigido a instrumentistas en los que hubo arriba de 200 inscriptos y esperamos para el año que viene 400. Esto se suma al tradicional workshop para cantantes que tuvo 150 inscriptos y al que cada año se anota más gente. Además, el festival siempre es novedoso porque la programación no se repite, no traemos artistas internacionales que ya hayan tocado. También, la serie “cruces” reúne a músicos locales e internacionales. Eso por definición es novedoso porque lo que toquen va a ser sólo esa vez.
Fotos: Estrella Herrera/GCBA.