Otra diferencia son las imágenes. Cuando escucho a Zeppelin es inevitable imaginarme a Plant o a Page saltando y moviéndose en el escenario. Como si su música fuera de la mano de las fotografías y gestos que alguna vez me impactaron y que vuelven a mi mente. En cambio con el jazz aparece la música, con la misma fascinación me detengo en el ritmo, la melodía, la armonía... Es curioso, pero a mí me funciona así.
Cuando lo editaron en 1962 las tendencias del género se afirmaban hacia el estilo modal que desembocaría posteriormente en el jazz rock. Por eso entonces no fue un disco convencional, sino uno triste, nostálgico, con melodías interpretadas de manera agridulce, pero a la vez apasionadas y armonías que daban una última vuelta de tuerca a la ya gastada progresión II-V-I. Tampoco un dúo de jazz, por aquellos días, era lo más habitual.
Además, la atmósfera que tiene el disco es difícil de igualar; tal vez sólo pueda compararse con el anterior "Kind of blue" de Miles Davis en donde, casualmente, Bill Evans estuvo a cargo de todas las canciones, menos una.
Pese a todo, en Undercurrent está muy presente la esencia del jazz, la espontaneidad, la improvisación, el diálogo en el que los egos le dejan espacio a la música (otra diferencia radical con el rock) y eso es un condimento clave para su trascendencia, porque así cada canción es un océano interminable, un magma de colores y una noche luminosa en la que no alcanzan las horas para contar las estrellas.
Bill Evans murió en 1980, preso de sus adicciones; Jim Hall se fue en 2013, a los 83 años. Ambos lo hicieron en Nueva York y es difícil no recordarlo, sobre todo cuando suena "Skating in Central Park", una de las interpretaciones más bonitas y sutiles de aquel disco.