Caminando por Av. Santa Fe vi que cerró sus puertas el local de una megadisquería ubicada en donde hace unos diez años existió el edificio del Cine Capitol, un símbolo del art decó porteño.
Esto es serio y debe hacernos reflexionar. Porque para construir el actual edificio, no muy distinto al de cualquier centro comercial, se tiró abajo una pieza arquitectónica que hoy podría haber sido aprovechada, si no como cine, como teatro, museo o como mera atracción turística. No es un dato menor. Gran parte del turismo que viene a Buenos Aires, lo hace para ver la convivencia de distintos estilos existentes en nuestras edificaciones, ese carácter "ecléctico", como les gusta decir a los entendidos.
Uno no está en contra de las demoliciones por mera nostalgia, no. Es que junto con el daño estético, cada demolición pierde un potencial económico, turístico (permitido por el reciclado), que las autoridades y la comunidad deberían defender.
Si bien no es una idea que comparta, uno podría argumentar que la demolición entonces permitió la instalación de una actividad productiva, con su consecuente beneficio para la comunidad.
Sin embargo, no dejo de preguntarme si valió la pena destruir el edificio Capitol. Sobre todo para instalar allí un negocio que, habida cuenta de los cambios culturales, de consumo y tecnológicas que se preanunciaban (Napster comenzaba por entonces a ser un popular software de intercambio gratuito de música), estaba condenado, si no al fracaso, a irremediables transformaciones de antemano.
No logro entender cómo las autoridades de entonces y los empresarios no manejaron esa información, crucial, sobre la evolución del negocio discográfico como para dar curso a tal afrenta contra el paisaje de uno de los barrios más bonitos que tiene Buenos Aires. En definitiva, un gran ejemplo del daño que no hay que hacer.
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