miércoles, 30 de enero de 2013

"Soy un agradecido de la gente de Buenos Aires"

El primer recuerdo que se le ocurre a Chango Spasiuk de cuando conoció Buenos Aires es el de estar dentro de un vagón de “El Gran Capitán” y llegar a la estación Federico Lacroze, en Chacarita. “Me sorprendían los olores, como el del café con leche de máquina. Uno ya lo tiene incorporado, pero el aroma del café expreso era completamente nuevo para mí”, me contó. Escuché al Chango Spasiuk en vivo en 1993 junto a Divididos. Por entonces lo llamaban "el Hendrix del acordeón". Veinte años después le hice esta entrevista.




El primer recuerdo que se le ocurre a Chango Spasiuk de cuando conoció Buenos Aires es el de estar dentro de un vagón de “El Gran Capitán” y llegar a la estación Federico Lacroze, en Chacarita.

“Me sorprendían los olores, como el del café con leche de máquina. Uno ya lo tiene incorporado, pero el aroma del café expreso era completamente nuevo para mí”.

Nacido en 1968 en la localidad de Apóstoles, en Misiones, Spasiuk comenzó a tocar el teclado con fuelle a los doce años en fiestas familiares y, desde entonces, no se detuvo. Grabó con prestigiosos músicos como Mercedes Sosa, Víctor Heredia o Antonio Agri. En Montreal compartió escenario con Pat Metheny y John McLaughlin. Ganó un premio Carlos Gardel con su disco Pynandi, de 2009 y hoy es reconocido por el público como quien en las últimas décadas supo instalar el sonido del litoral en los oídos de nuevas generaciones.

El próximo viernes 1° de febrero, inaugurará el ciclo gratuito de folclore en el Anfiteatro Costanera Sur, uno de los momentos musicales más importantes de Verano en la Ciudad. En diálogo con buenosaires.gob.ar repasó su primeras impresiones de la Ciudad, sus motivaciones artísticas y su relación con el público porteño, de quien afirma ser “un agradecido”.

¿Qué recuerdo tiene de su primera visita a Buenos Aires?

Vine a los 17 años, en 1986. La imagen más inmediata que tengo es haber llegado en tren a la estación Federico Lacroze, en el Gran Capitán. Luego tomar el subte. Recuerdo poder caminar por Av. Corrientes, por Av. Santa Fe. No me cansaba de caminar. Me sorprendían los olores, como el del café con leche de máquina. Uno ya lo tiene incorporado, pero el aroma del café expreso era completamente nuevo para mí. También tengo la impresión del color gris de la Ciudad, diferente al de Misiones que es rojo.

En 1996 grabó con Antonio Agri, el legendario violinista de Astor Piazzolla. ¿Cómo fue aquella experiencia?

Cuando hice mis primeros musicales en Buenos Aires, en 1990 toqué en el viejo Canal 11, en el programa La Noche del Domingo, en donde conocí a Agri. Allí improvisamos algunas canciones como el chamamé Merceditas. No tenía idea de su dimensión como tremendo violinista, ni había escuchado mucho a Astor Piazzolla. Eso fue positivo porque me pude acercar a él sin tanto respeto y con confianza.

¿Qué lo inspira a componer?

No me relaciono con la música en términos de inspiración. La música es parte de la vida. A través de un relato sonoro expongo mi punto de vista de las cosas. Y la narración está relacionada con la vida de uno y con sus anhelos. Entiendo la música como herramienta para construir algo especial.

¿Qué tiempo le dedica al estudio de su instrumento?

Lo cierto es que no estoy en una época de estudio. Hace unos años estudiaba muchísimo. Buscaba la perfección de la técnica. Pero ya no aspiro a ser un virtuoso del instrumento. El acordeón no es más importante que el conjunto, que el violín, que el violoncello… Hoy busco expresar mis ideas, antes que lograr una perfección técnica.

Ha tocado en festivales de jazz en Nueva York y en el Festival Internacional de Jazz de Montreal. ¿Cómo recibe aquel público particular el sonido del chamamé?

En el jazz hay interesantes acordeonistas. De todas formas, a ese público le llama la atención la pureza del chamamé, que es además una música compleja, contrapuntística, con muchos colores. Es una música original, a la vez triste y alegre. En este momento que vive el mundo, algo que te conecte con la esperanza no es poca cosa. Y el chamamé, y mi manera de interpretarlo, tiene esos elementos. Por eso la gente lo agradece. El público de afuera al escucharlo piensa “es música argentina, pero no es tango”, pero aún así la siente familiar. El chamamé es una música poderosa, ni mejor ni peor que otra, que vale la pena compartir.

¿Cómo es el público de Buenos Aires?

Muy bueno. Me trata muy bien. Aquí además me viene a ver gente de muchas provincias, de distintas edades, que le gusta la música instrumental. Pero no importa si sos grande, viejo o joven . No tengo un estilo empresarial de analizar quiénes son los que me siguen. Lo que importa es lograr la sensación de hacer música para compartir y construir algo bueno entre todos.

¿Cuál es su lugar favorito en Buenos Aires?

Mi casa, no sé… no tengo un barrio específico ya que viví en muchos lugares y la Ciudad ha cambiado mucho, a una velocidad tremenda. Pero también me gustan las librerías como El Ateneo, perderme en un libro y leerlo por horas. También disfruto subirme a un colectivo y ver, por ejemplo, que quien maneja es formoseño y ponerme a charlar. Soy un agradecido de la gente de la Ciudad de Buenos Aires. Hay de todo, pero también hay gente muy solidaria y educada. Que dos o tres personas se paren a explicarte qué colectivo tenés que tomarte es algo único.

¿Qué expectativa tiene para el próximo recital en la Costanera Sur?

Que no sople el viento (risas), que la gente la pase bien y acercarme a la idea de saborear la música y poder expresarme. Haré lo mejor que pueda. Hace mucho que no tocaba en Buenos Aires. Es una buena manera de empezar el año.

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