
Desde este modesto pero no menos cálido blog, deseo a todos una feliz navidad y un próspero ´08 (Año Riverito).
Era de noche. Dormían, juntos. El ventilador producía el zumbido suficiente para amortiguar mis pasos. Jadeando, me acerqué al borde de la cama, junto a ella. Fue sólo un martillazo, sobre su cabeza. El movimiento brusco y un breve gemido lo despertaron. Me observó desde la penumbra, mientras se escondía bajo el brazo todavía tibio de su madre muerta. “Cerrá los ojos, dormí, Nico”, le dije y lo asfixié con la almohada que tenía más a mano. (Continuará...)
En la ducha, al día siguiente, reconstruyó su pesadilla. Estaba en la cancha viendo cómo su equipo ganaba, por 3 a 2, la final del campeonato “Apertura” del club. Faltaba sólo un minuto para que terminase el partido cuando el referí, sin razón, adicionó cinco minutos más de juego. Pese a que la tribuna, desconcertada, se puso a cantar inteligentes aforismos dedicados a los parientes cercanos del juez, al faltar nuevamente un minuto para el pitazo final, el árbitro aplazó el tiempo de juego por cinco más. Esta acción la repitió cada vez que volvieron a restar sesenta segundos para terminar el match. Ramón, tenso y a los gritos, se secaba el sudor de su frente cuando, de pronto, apareció el fantasma de su abuelo Jorge, vistiendo una musculosa y un pañuelo hecho gorrito. El espectro, con el seño fruncido, se le acercó y le dijo: “No hay regla que valga. Ganar o ganar, esa es la cuestión…”, acto seguido, desapareció. Fue cuando vino el empate. Ramón no lo podía creer: cada llegada de su equipo era sancionada con imperceptibles off sides; su equipo, exhausto, tenía vedado hacer más cambios, a diferencia de sus rivales que, tras una libre interpretación del reglamento, metían y sacaban de la cancha todos los delanteros que querían. Con el 6 a 3, los integrantes de “El país de los sueños”, vencidos, comenzaron a tirarse al piso, presos de los calambres. Llevaban jugando cuarenta minutos adicionales. Súbitamente, el referí, botella de Chandon en mano, marcó el final del partido, al tiempo que descorchó y roció el espumante sobre los vencedores, cual corredor victorioso de fórmula uno. La hinchada, perpleja, dejó de gritar y abandonó la cancha, en dirección al Luna Park. Allí transmitían, en directo, el último capítulo de Gran Hermano. Ramón se quedó solo, en un inmenso campo de juego, a los gritos, pidiendo justicia, hasta que sonó el despertador.