Cuatro años bastaron para que ella cambiara. Ya casi no me hablaba. Toda su vida era para Nicolás, mientras que la mía era, con suerte, un estorbo. La poca atención que lograba era para despacharme todo tipo de reproches: que el cigarrillo los intoxicaba, que no le alcanzaba la plata, que me buscara un mejor laburo, que no era un ejemplo para Nicolás... Luego vinieron los insultos, la humillación, las amenazas y, por último, los golpes.
Aquella vez había viajado a Chascomús por trabajo, no pude estar con ellos. Nicolás tuvo fiebre toda la noche. El médico había diagnosticado neumonía; pero sólo tenía que descansar y tomar su remedio. La changa era, de verdad, muy buena, así que volví con regalos para todos y una botella de vino tinto para celebrar. “¡Porquería!, ¡Dejás a tu hijo enfermo!”, Norma salió de la casa a los gritos, mientras que yo estacionaba el auto. Quiso darme un puñetazo, la esquivé, forcejeamos y la botella estalló en el suelo. Quedé solo, recogiendo los pedazos de vidrio, ante la curiosidad de los vecinos. Una mancha roja se esparció por la vereda. (Continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario