Era de noche. Dormían, juntos. El ventilador producía el zumbido suficiente para amortiguar mis pasos. Jadeando, me acerqué al borde de la cama, junto a ella. Fue sólo un martillazo, sobre su cabeza. El movimiento brusco y un breve gemido lo despertaron. Me observó desde la penumbra, mientras se escondía bajo el brazo todavía tibio de su madre muerta. “Cerrá los ojos, dormí, Nico”, le dije y lo asfixié con la almohada que tenía más a mano. (Continuará...)
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